“Soy Tommaso, el abuelo de Carolina. Mi nieto Giovanni, o Rusty James, como lo llama ella, captura el mundo en una página en blanco. Yo también, sólo que uso otro tipo de papel: el fotográfico. El objetivo contiene el espacio que quiero inmortalizar; un círculo tan pequeño que, sin embargo, puede retener un momento mágico, irrepetible. La fotografía detiene el tiempo, vence el temor de que todo se pierda algún día. Es suficiente con un clic. Esa imagen y, sobre todo, lo que evoca serán nuestros para siempre. Ésa es la idea que siempre me ha gustado del arte de la fotografía. Los momentos que puedo compartir con los demás, con mi Lucilla sobre todo. En mi opinión, ella es una modelo bellísima. Un rostro que cambia con frecuencia de expresión y que inspira innumerables fotografías. Tendríais que verla. Tiene unos ojos indescriptibles. Todavía hoy me pierdo en ellos. Cuando la miro me siento seguro. Ella camina por la casa tranquila. Ordena las cosas, lee, se prepara un té, me habla. Y yo me siento feliz. Sé que podría morirme hoy mismo y me daría igual, porque he tenido todo cuanto deseaba. Mejor dicho, he tenido todo cuanto sabía que deseaba, porque a menudo nos equivocamos al desear las cosas. Creemos saber qué es lo mejor para nosotros y, en realidad, nos lo imponemos. Es el riesgo que uno corre cuando no se escucha realmente a sí mismo. Con mi Lucilla, en cambio, he aprendido a buscar lo que quería mi corazón. Así, cuando cojo mis fotografías, todas ellas, puedo reconstruir cada momento del viaje que he realizado con ella. Ella, que me ha enseñado a vivir y me ha convertido en una persona mejor. Ella, que nunca se rindió cuando estábamos desesperados porque no teníamos dinero. Se arremangó y, serenamente, empezó a construir, aprovechando lo poco que teníamos. Con el paso del tiempo, esas fotografías han acabado conteniendo una vida que hay que volver a mirar para sentirse de nuevo como en todos esos instantes que intenté detener. Sin perder nada. Incluso cuando dejemos de existir, esas fotos sabrán conservar lo que cuentan. Y los que aman podrán captar en cualquier momento ese matiz que, quizá, han perdido en el frenesí de la vida. Hago fotografías desde hace muchos años. Las conservo en unos álbumes que guardamos en el salón, y alguna que otra noche Lucilla y yo nos sentamos en el sofá para hojearlos. Cuántos recuerdos y alegrías, aunque también cierta tristeza por lo que ya no puede volver. No obstante, el placer consiste en mirarlas una y otra vez. Y, por encima de todo, en comprobar que nuestros rostros aparecen siempre, y verlos cambiar, una página tras otra. Ella y yo. Qué amor. El amor. Todavía recuerdo la primera vez que la vi. Ambos éramos muy jóvenes y yo, desde luego, muy torpe. Paseaba en bicicleta y la vi caminando de una manera que nunca he conseguido olvidar. Un paso hermoso, sólido y ligero al mismo tiempo. Un paso que reconfortaba. Lo primero que me pasó por la mente y que me asustó fue que podía perderla, que si no hacía algo entonces, en ese preciso momento, jamás volvería a verla caminando así. Tenía que lograr que se detuviese, inmortalizarla de algún modo. Pero no tenía nada para hacerlo, aparte de mí mismo. De manera que bajé de la bicicleta y me presenté. Al principio ella pareció asustarse un poco, pero acto seguido se echó a reír. Se echó a reír… En aquella época si un desconocido abordaba a una chica y entablaba conversación con ella, ésta tendía a mostrarse reacia, en parte por miedo a lo que pudiese decir la gente. Pero ella no. A pesar de que estábamos a plena luz del día, se echó a reír. Y habló conmigo. Y yo supe de inmediato que jamás podría estar sin ella. Así fue. He conocido a otras mujeres y nunca ninguna me ha parecido tan maravillosa como mi esposa. Cuando se rió, decidí que necesitaba a toda costa una cámara de fotos. Para fotografiarla a ella. Tuve que comprarla a plazos, con el dinero que gané con mi primer trabajo. Pero la compré. Y empecé a fotografiarla en todo momento, y ella se avergonzaba. Era hermosísima, incluso cuando me hacía muecas. Después, los paisajes, los objetos, mis otros seres queridos, nuestra hija, mis nietos, todo cuanto me rodeaba fue capturado también por el objetivo. La fotografía es mi manera de expresarme. También el dibujo, mi otra pasión, pero no es lo mismo que cuando pulso el disparador de la cámara. Cuando miro una foto veo un fragmento de mi vida y recuerdo perfectamente ese día. Luego sonrío. Sé que seguirán estando ahí cuando yo me haya marchado. Tal vez alguien que sepa mirar bien dentro de ellas pueda llegar a ver la sonrisa de mi alma. En caso de que así sea, serán mi verdadera herencia.”
[Carolina se enamora]
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