La chica miraba
la tele sin ver realmente nada, tapada con una cálida manta de lana que, sin
embargo, no era capaz de quitarle el frío que le congelaba el corazón. Desde la
calle llegaba el sonido de la lluvia golpeando contra el cristal de las
ventanas y, al fondo del pasillo se sentían las voces alteradas de una
discusión que solo le habría pasado desapercibida a alguien acostumbrado a
aquello. Sin embargo, la muchacha no veía, la muchacha no oía, la muchacha no
sentía. Sumida en sus pensamientos, cualquiera habría pensado que aquella sala
estaba vacía pues, además de la televisión, apenas se oía una suave
respiración.
Un silencio,
roto únicamente por un anuncio de lejía, reinó de repente en la casa. La
discusión había concluido. Un portazo al fondo del pasillo hizo temblar toda la
casa, pero la chica no se inmutó. Por su cabeza pasaban demasiadas cosas en
aquellos momentos como para ello. Pensaba en todo lo que echaba de menos, en el
cambio tan grande que se había producido en su vida en menos de un par de
meses.
Echaba de menos
su ciudad; los paseos por el puerto en aquellas tardes de otoño en las que no
hacía ni frío ni calor y los rayos de sol todavía asomaban tímidamente entre
las nubes se habían acabado en el instante en que su familia decidió mudarse
lejos de su antiguo hogar. En el laberinto de calles en el que vivía ahora no
podía salir un solo día sin paraguas, ni siquiera en verano la lluvia daba un solo
día de tregua.
No solo el
tiempo y las calles eran nuevos. También echaba de menos su instituto. Echaba
de menos aquellas clases, echaba de menos a sus profesores, echaba de menos el
patio, la sirena, los taburetes cojos y las mesas pintadas.
Echaba de menos
a sus amigas, añoraba verlas a diario, hablar con ellas todas las horas del
día. Echaba de menos aquellos abrazos que se daban cuando algo no iba bien; las
risas que pasaba con ellas, capaces de animarla por muy mal que lo estuviera
pasando; las miradas con las que se comunicaban entre ellas sin decir una sola
palabra.
Le echaba de
menos a él y a su sonrisa, a sus ojos risueños, aquella voz relajante, aquel
olor a menta fresca, sus bromas estúpidas, sus muecas y tonterías… Echaba de
menos aquellos piques tontos que tenía a menudo con él, aquellas veces en las
que él se metía con ella. Echaba aún más de menos aquellos abrazos fuertes que
le daba para disculparse, los pucheros que ponía cuando ella se hacía la
ofendida, sus besos en la frente para consolarla cuando estaba triste, sus caricias
en la mejilla… Todo era tan perfecto…
En su mente no
paraba de aparecer aquel último día en su hogar. Dos gruesas lágrimas cayeron
de sus ojos, nada comparado con todo lo que había llorado aquel día. Parecía
todo tan lejano ya… En aquella última reunión habían estado las personas a las
que ella más quería, personas a las que sería difícil que fuera a volver a ver,
y mucho menos a todas juntas. Había sido todo tan duro… Sin secarse las
lágrimas, en su cabeza se volvieron a escuchar las palabras de su padre
anunciándoles que deberían dejar la ciudad. No era la primera vez que se lo oía
decir pero nunca había pensado que ese momento llegaría tan pronto. Ahora, dos
meses más tarde, era todo tan distinto…
El sonido de un
teléfono y unos rápidos pasos por el pasillo la despertaron de su ensimismamiento.
La muchacha agitó la cabeza y se secó las lágrimas. Se dio cuenta entonces de
que había algo raro en el ambiente. Escuchó atentamente pero no consiguió oír
el ruido de la lluvia constante, aquel ruido al que ya casi se había
acostumbrado a tener como música de fondo en su cabeza. Se asomó a la ventana y
comprobó que, efectivamente, había dejado de llover.
Asombrada,
observó el cielo. Aquello no era ni mucho menos el precioso color azul que tenía
el cielo en su antiguo hogar pero era mucho más claro de lo que jamás se habría
esperado ver en aquel lugar. El sol, aunque muy débil, se asomaba poco a poco
entre las nubes.
La chica
sonrió. Un rayo de esperanza asomó en su cabeza. Quizá no fuera todo tan malo,
quizá las cosas estaban empezando a cambiar poco a poco.
[E.Bueno]