domingo, 19 de agosto de 2012

Tarde de verano.

Me quito las sandalias, mis pies tocan la playa, escavo ligeramente con ellos hasta conseguir acostumbrarme al tacto de la arena. Corro hacia el agua. La noto helada, rozándome las piernas. Aún así, no me detengo, sigo corriendo, metiéndome mar adentro. Las pequeñas olas me salpican el rostro. Cuento hasta tres y me sumerjo bajo ellas. Noto el pelo rozándome la espalda y cierro los ojos. Me quedo flotando boca arriba, dejando que el sol me dé en la cara. El mar me acaricia con su espuma y yo me siento parte de él. Me relajo, me olvido de todo. Por un momento consigo lo que llevo intentando durante toda la semana, mi mente se queda en blanco. Sonrío. Sin saber por qué, así, sin más, sin tener un motivo.

Pierdo la cuenta del tiempo que pasa hasta que decido salir del agua. Recorro el camino de vuelta mucho más lentamente, mirando alrededor, dejándome acariciar por los rayos del sol. Una suave brisa me mueve el pelo mojado. Mi piel está salada y mis manos, arrugadas. Huelo a mar, huelo a verano.

Por un momento me he sentido libre, por un momento he formado parte de algo grande, por un momento me he sentido fuerte como una tempestad. Pero después de la tempestad viene la calma y, después de este momento de libertad, vuelven a rondarme las dudas que llevan acosándome toda la semana. ¿Será posible que siga cayendo en sus trampas después de tanto tiempo? ¿Será posible que siga creyendo sus mentiras como la estúpida inocente que soy? ¿Será posible que aunque quiera no me lo pueda sacar de la cabeza?

Oigo cómo alguien grita mi nombre, levanto la cabeza. Son mis amigas desde las toallas. Las miro. No están muy cerca pero, a pesar de mi miopía, puedo ver en sus caras un gesto de preocupación. Otra vez me ha pasado, otra vez he vuelto a dejar que mis gestos me traicionen. Sacudo la cabeza. No dejaré que nadie nos arruine el verano o, por lo menos, lo que queda de él. No dejaré que nadie me deprima. Y mucho menos alguien como él.

[E.Bueno]

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