Mucha gente
decía que estábamos predestinados. Mucha gente veía en nuestros rostros lo que
nosotros mismos no veíamos. Mucha gente creía que aquella relación iba más allá
de la mera amistad.
Para muchos de
ellos aquello era sencillo. Para muchos de ellos no había cosa más complicada
en el mundo. Para muchos de ellos, éramos iguales. Para muchos de ellos, éramos
totalmente distintos. Y la verdad es que todos tenían razón.
Todo era
sencillo. Tan sencillo que empezaba como siempre. Chico conoce a chica, chica
conoce a chico. Muchos decían que era todo cosa del destino. No lo creo, no
creo en cuentos de hadas. Sinceramente, si mi vida dependiera realmente de los
astros y de unos cuantos sucesos escritos en ningún sitio, no merecería la pena
seguir viviéndola. Yo domino mi vida. Yo gobierno en mi vida. Mis acciones, mis
decisiones, mis metas y deseos. Todas ellas juntas escriben mi “destino”.
Al mismo tiempo
todo era complicado. Chico habla todos los días con chica, chica habla todos
los días con chico. Chico es amigo de chica, chica es amiga de chico. Chica empieza
a sentir algo por chico. Chica calla por no estropear amistad con chico. Chica tonta.
Y una y otra vez aprieta los dientes, suspira y calla. Sabe lo que hay, todo
está hablado, hay que aguantar. Chica tonta, chica tonta.
Tan iguales y a
la vez tan distintos… Tan distintos y a la vez tan iguales… Se podría decir que
éramos como el día y la noche, como el sol y la luna, como el blanco y el negro.
Separados, distintos, opuestos.
Para muchos aquello
era cosa del destino, aquello era cosa del tiempo. Y por primera vez, me
hubiera gustado creer en el destino…
¿Quién sabe? Al
fin y al cabo, la noche sigue al día, la luna refleja al sol y el blanco y el
negro se unen para formar el gris. Y es que, bajo aquella dura coraza de “yo no
creo en las estrellas” se ocultaba en el fondo una pequeña soñadora frustrada.
[E.Bueno]