domingo, 11 de noviembre de 2012

La esperanza del rayo de sol.

La chica miraba la tele sin ver realmente nada, tapada con una cálida manta de lana que, sin embargo, no era capaz de quitarle el frío que le congelaba el corazón. Desde la calle llegaba el sonido de la lluvia golpeando contra el cristal de las ventanas y, al fondo del pasillo se sentían las voces alteradas de una discusión que solo le habría pasado desapercibida a alguien acostumbrado a aquello. Sin embargo, la muchacha no veía, la muchacha no oía, la muchacha no sentía. Sumida en sus pensamientos, cualquiera habría pensado que aquella sala estaba vacía pues, además de la televisión, apenas se oía una suave respiración.
Un silencio, roto únicamente por un anuncio de lejía, reinó de repente en la casa. La discusión había concluido. Un portazo al fondo del pasillo hizo temblar toda la casa, pero la chica no se inmutó. Por su cabeza pasaban demasiadas cosas en aquellos momentos como para ello. Pensaba en todo lo que echaba de menos, en el cambio tan grande que se había producido en su vida en menos de un par de meses.
Echaba de menos su ciudad; los paseos por el puerto en aquellas tardes de otoño en las que no hacía ni frío ni calor y los rayos de sol todavía asomaban tímidamente entre las nubes se habían acabado en el instante en que su familia decidió mudarse lejos de su antiguo hogar. En el laberinto de calles en el que vivía ahora no podía salir un solo día sin paraguas, ni siquiera en verano la lluvia daba un solo día de tregua.
No solo el tiempo y las calles eran nuevos. También echaba de menos su instituto. Echaba de menos aquellas clases, echaba de menos a sus profesores, echaba de menos el patio, la sirena, los taburetes cojos y las mesas pintadas.
Echaba de menos a sus amigas, añoraba verlas a diario, hablar con ellas todas las horas del día. Echaba de menos aquellos abrazos que se daban cuando algo no iba bien; las risas que pasaba con ellas, capaces de animarla por muy mal que lo estuviera pasando; las miradas con las que se comunicaban entre ellas sin decir una sola palabra.
Le echaba de menos a él y a su sonrisa, a sus ojos risueños, aquella voz relajante, aquel olor a menta fresca, sus bromas estúpidas, sus muecas y tonterías… Echaba de menos aquellos piques tontos que tenía a menudo con él, aquellas veces en las que él se metía con ella. Echaba aún más de menos aquellos abrazos fuertes que le daba para disculparse, los pucheros que ponía cuando ella se hacía la ofendida, sus besos en la frente para consolarla cuando estaba triste, sus caricias en la mejilla… Todo era tan perfecto…
En su mente no paraba de aparecer aquel último día en su hogar. Dos gruesas lágrimas cayeron de sus ojos, nada comparado con todo lo que había llorado aquel día. Parecía todo tan lejano ya… En aquella última reunión habían estado las personas a las que ella más quería, personas a las que sería difícil que fuera a volver a ver, y mucho menos a todas juntas. Había sido todo tan duro… Sin secarse las lágrimas, en su cabeza se volvieron a escuchar las palabras de su padre anunciándoles que deberían dejar la ciudad. No era la primera vez que se lo oía decir pero nunca había pensado que ese momento llegaría tan pronto. Ahora, dos meses más tarde, era todo tan distinto…
El sonido de un teléfono y unos rápidos pasos por el pasillo la despertaron de su ensimismamiento. La muchacha agitó la cabeza y se secó las lágrimas. Se dio cuenta entonces de que había algo raro en el ambiente. Escuchó atentamente pero no consiguió oír el ruido de la lluvia constante, aquel ruido al que ya casi se había acostumbrado a tener como música de fondo en su cabeza. Se asomó a la ventana y comprobó que, efectivamente, había dejado de llover.
Asombrada, observó el cielo. Aquello no era ni mucho menos el precioso color azul que tenía el cielo en su antiguo hogar pero era mucho más claro de lo que jamás se habría esperado ver en aquel lugar. El sol, aunque muy débil, se asomaba poco a poco entre las nubes.
La chica sonrió. Un rayo de esperanza asomó en su cabeza. Quizá no fuera todo tan malo, quizá las cosas estaban empezando a cambiar poco a poco.
[E.Bueno]